No hay vergüenza en no saber, aunque no sepas algo por años (y descubras que has vivido en un engaño, que los bonsáis no vienen de semillas liliputienses). El problema surge cuando, después de creer A, resulta que era B, te muestran pruebas que era B, pero A te queda más cómodo. No se puede cubrir todo en un artículo, cierto, pero por algo se empieza. Porque, a veces, abreviatura no hay una sola.
Opción uno: tel.
Es la más común, y de seguro la has visto en muchos lados, en especial en publicidades o tarjetas de contactos de profesionales. Las tres primeras letras y un punto al final, para dar a entender que no es una simple palabra, sino una abreviación. En este caso, se eliminan o truncan las siguientes letras o sílabas de la palabra (y nunca termina en vocal).
Opción dos: tlf.
Es mucho menos usada que la anterior, pero luego de pensarlo, es evidente que está hecha con algo más de sentido. Después de todo, “teléfono” no es la única palabra que empieza con “tel”, y siempre hay alguna persona algo despistada que se confunde (incluso después de ver los números que le siguen).
Opción tres: teléf.
Versión algo redundante de la primera opción presentada. Si bien deja más en claro que es la abreviatura de “teléfono”, esas dos últimas letras se sienten como si sobrasen. Quizás algunas personas necesitan la aclaración, por diversos motivos, y por eso se sigue usando en algunos casos aislados.
Opción cuatro: tfno.
Hay algunas versiones de palabras, o de formas de expresar palabras, que son más comunes en ciertos territorios que en otros. Es rarísimo encontrarse esta abreviación hoy en día, pero puede que sea algo específico de mi zona, o del área, en la que me encuentro. En este caso, no se usa el truncamiento de las opciones uno y tres, sino la contracción de la palabra.
El por qué de teléf., y no telef.: el acento importa
El castellano tiene sus propias reglas para el idioma, le caiga como le caiga a la gente. Si te fijas en textos en inglés, verás que no se utiliza el acento en “teléfono” (telephone), por lo tanto la abreviación (teleph.) tampoco la tiene. Sin embargo, en el idioma de Cervantes, las abreviaturas siempre conservan el acento de la palabra original.
Siempre lleva un punto al final
Y más reglas del castellano. El punto al final indica que es una abreviación, es decir, que representa a una palabra mucho más larga. De la misma manera que la notación científica hace que se puedan escribir números muy grandes (con decenas o cientos de ceros) en unos pocos dígitos, las abreviaciones hacen lo propio con las palabras largas.
Después de ese punto no vienen una mayúscula
En primaria nos dicen que, después de un punto viene una mayúscula, pero este caso es una excepción. Por lo general, el punto indica el final de una oración, a menos que sea, por ejemplo, el punto que indica una abreviación. En este caso, dicha abreviación bien puede no significar el fin de la oración, por lo que, luego del punto de una abreviación, siguen una palabra en minúscula.
Después de ese punto pueden venir otros signos de puntuación
Los signos de puntuación son aquéllos que se utilizan para indicar algo en la forma en que se debe interpretar o leer una frase. Son el punto, la coma, los dos puntos, los puntos suspensivos, etc. No se ven afectados si la palabra anterior es una abreviación o no, por lo que ver, por ejemplo “tel.:” es válido y correcto. La abreviación no tiene que empezar con mayúscula de forma obligada, a menos que sea en el inicio de una oración.
Empezó a usarse en el siglo XIX (y su patente fue turbia)
Sí, es bastante más viejito de lo que pensábamos, el teléfono. En el último cuarto del siglo XIX, un tal Antonio Meucci, nacido en Italia, inventó el “telettrófono” y hasta hizo una demostración. El problema era que no tenía dinero para la patente, así que sólo envió un “aviso”. Luego, se encontraron pruebas que en la oficina de patentes hubo cierta manipulación de los documentos, y este revolucionario invento terminó a nombre de Alexander Graham Bell.